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¡Qué felices eran los cicaDos en su planeta natal! El sol brillaba alimentando con su luz a las colonias de algas que vivían en las membranas de sus alas. El futuro no les preocupaba, pues mientras su estrella siguiera brillando en el cielo, ningún cicaDo podría morir de hambre. Se pasaban el día cantando canciones y componiendo aforismos sin el más mínimo sentido. La existencia era sencilla y no cabía entre ellos ninguna competencia. Si alguna vez la evolución ha dado lugar a un diseño perfecto, ese era sin duda el exoesqueleto fotosintético de los cicaDos. Durante millones de años fueron la única especie inteligente de su planeta natal. Hasta que aparecieron los forMidas.
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